domingo, abril 15, 2012

Las rejas nos separan

Días atrás el intendente de una localidad del Norte Argentino, preocupado por su seguridad y la de su familia, hizo púbica su decisión de trasladar su domicilio al interior de un cuartel. La causa de sus temores no es la actividad creciente en la zona de carteles ligados al narcotráfico, ni tampoco grupos terroristas; sino el clima social enrarecido a partir de las dificultades que experimentan las pequeñas cooperativas locales.
Si bien el caso llama la atención por los términos, la forma y el tratamiento periodístico que se ha dado al tema, creo que tenemos que considerar que en su esencia no se trata de una situación nueva. 
Desde los últimos años de la década de los '80, y de modo progresivo, la dirigencia política de nuestro país ha levantado progresivamente murallas de protección para aislarse de sus "dirigidos".
Primero fueron equipos de custodios cada vez más numerosos y sofisticados, luego se abandonó el transporte terrestre como medio de transporte regular para pasar a los helicópteros y aviones cada vez mas sofisticados. En ese momento el argumento era la necesidad de dar seguridad a la figura presidencial. Pretendíamos ser un país del Primer Mundo y parecía que nuestros dirigentes debían ser tratados como tales.
Luego sobrevino la crisis de diciembre de 2001 y con ella una sublevación popular que incluyó la toma del edificio del Congreso Nacional con el incendio de alguno de sus salones y el intento de toma de la Casa Rosada. Ya había a esa altura antecedentes desagradables de lo sucedido en algunas provincias.
En ese momento de crisis, confusión furia y represión, a las custodias y helicópteros se agregaron las vallas y custodias policiales que limitaban el acceso a las sedes de los tres Poderes de la República.
Con el paso de los años, el disgusto y la furia se han transformado en aceptación o resignación, pero las vallas policiales de entonces se convirtieron en espléndidas rejas que separan la Casa Rosada y la sede del Congreso de la Nación del tránsito diario de los ciudadanos, del mismo modo que otros edificios públicos prolijamente cerrados. Rejas que, a mi parecer, constituyen un símbolo que separa a nuestros dirigentes políticos de su pueblo.
Ciertamente el origen de la mayoría de los dirigentes políticos es popular. Provienen de la militancia universitaria, barrial, sindical... Pero a medida que suben en la escala política, al mismo tiempo que crece su patrimonio crece su separación de la comunidad en la que crecieron.
No es habitual encontrarse con un ministro, un gobernador, un juez, un diputado o senador, un intendente, en el transporte público mezclado entre el público, en una sala de cine, o haciendo compras en un supermercado o centro comercial.
Cuando recorren las calles durante la campaña electoral, lo hacen rodeados de sus seguidores más fieles y conocidos, y su "gente de seguridad".
Progresivamente y poco a poco se ha levantado entre el pueblo y sus dirigentes políticos una barrera compleja compuesta por rejas, residencias en lugares "seguros", "vehículos oficiales" y custodios. 
Una barrera que no sólo aísla sus personas, sino que progresivamente también está aislando a los símbolos de las instituciones que representan a la República: la sede del Poder Ejecutivo, la sede del Poder Legislativo y la del Poder Judicial.
Siempre he pensado que el comportamiento, la vestimenta, la arquitectura y la estructura de las ciudades nos representan. Son una expresión simbólica clara de nuestras convicciones y estructuras culturales y sociales.
La Argentina se construyó progresivamente como República. 
Recibimos una herencia europea muy fuerte que se manifestaba en nuestra arquitectura y la estructura de nuestras ciudades: junto a la plaza principal estaban el palacio municipal, la comisaría, la escuela y la iglesia. Es decir, los elementos sobre los que se constituía la civilidad: el poder político, el respeto de la ley, la educación y los valores trascendentes.
En la medida en que la República se afianzó y desarrolló, los 3 poderes tuvieron su representación arquitectónica: La Casa Rosada, el Palacio de Tribunales y el Congreso de la Nación. Los tres en medio de la ciudad, los tres en la capital de la República, los tres frente a sus plazas respectivas que convocan a la reunión y la participación.
Ahora, los edificios con su valor simbólico han sido aislados. Ya no están incorporados a las plazas, están separados por rejas.
Esto se comprendía claramente en aquellas monarquías absolutistas que en determinado momento construyeron la base del poder sobre sí mismas: "Yo soy el Estado".  O quizás en el Imperio Chino con toda su magnificencia. Ellos se separaron de su pueblo al que llegaron a considerar (no sin razón quizás) una amenaza para ellos.
¿Pero cómo es comprensible esto en una República representativa en la que sus gobernantes son elegidos por el voto popular? ¿Qué es lo que hace pensar a los representantes de los poderes del Estado (nacional, provincial o municipal) que deben protegerse de aquellos a quienes representan?
¿Cómo pueden conocer las necesidades, prioridades, ansiedades y angustias de su pueblo si ni tan siquiera recorren las mismas calles con su vehículo? ¿Por sus asesores? Muchas veces ellos también viven aislados en barrios privados, circulando en autos de alta gama con vidrios oscuros y con oficinas en "edificios inteligentes" con custodia privada.
Recuerdo el caso de un municipio en el que habían reparado y dejado completamente arregladas las calles que recorría el Intendente en su camino desde el Palacio Municipal hasta el barrio cerrado en el que vivía.. sólo esas calles.. sólo esas cuadras.
Creo, que esas rejas son un símbolo de la distancia que nuestros dirigentes han puesto de las necesidades reales de su pueblo. Puede que no se hayan olvidado del pueblo, pero ciertamente están muy lejos de él.