lunes, enero 10, 2011

La República Perdida

Si ,es cierto, este es el título de una película sobre la historia política argentina estrenada en el regreso a la democracia en 1983. Pero no es en esa película en lo que estoy pensando.
Hace ya también muchos años, en mi primer período de universidad, hice una encuesta entre un grupo amplio de amigos. Nada sociológico y claramente representativo, sólo un ejercicio para el debate. Todos ellos eran universitarios, preocupados por la vida política (era en los '70s) y muchos de ellos estudiantes de derecho. Era una encuesta muy simple, de una única pregunta: ¿Cuál es la forma de gobierno prevista en la Constitución Nacional? En el 90% de los casos la respuesta fue "democracia". Esa encuesta nos permitió cuestionar y discutir nuestro conocimiento de la Constitución Nacional porque la respuesta correcta es "república".
Y si el concepto es república antes que democracia, eso nos remonta a los revolucionarios franceses antes que a los filósofos griegos.
Hoy me gustaría hacer encuestas como aquella. Pero hoy preguntaría a qué se quería referir el grito de diciembre de 2001 de "que se vayan todos". El problema quizás, es que en este caso presumo que no sería tan simple como aquella de hace 40 años, y quizás muchos (incluso los que participaron de aquellas manifestaciones) no podrían definir claramente qué querían decir. Supongo que quizás es porque el "que se vayan todos" respondió más a un sentimiento que a una convicción y por eso es difícil de definir.
Yo no me puedo ni me quiero arrogar la interpretación auténtica de esas palabras. Pero si puedo intentar explicar qué significan para mí.


Como cuando realicé aquel cuestionario en los años '70s, creo que en parte nosotros también hemos olvidado que vivimos en la "República Argentina". Y por favor, no interpreten mis palabras como que me refiero exclusivamente a los políticos; cuando digo "hemos" me refiero a los argentinos como pueblo, políticos incluidos, a todos nosotros.
Es que me temo que en muchos aspectos seguimos pensando como súbditos de una monarquía. Esperamos en una persona, buscamos un plan de gobierno, y pensamos en los que piensan diferente como una alternativa a vencer.
Vamos a una elección como si fuera un partido de fútbol a ver quién gana y quién pierde; y esperamos que a partir de ese punto se cumpla un "plan", "proyecto" o se aplique un "modelo" que es el de los vencedores, al que los vencidos deben aceptar y adherir.
La esencia de la República es otra. Es el convencimiento de que el poder depositado en una única persona corrompe y hace al pueblo esclavo de los aciertos y desaciertos de esa persona. Es por esto que se propuso (y eso es lo que aceptamos en nuestra Constitución) que el poder esté distribuido en 3 áreas claramente definidas, que no compiten sino que se complementan. 
En nuestro caso, además, dos de esas áreas de poder (el poder legislativo y el judicial) no están ejercidas de modo personal sino colegiado. De modo que el proyecto nacional en una República que funciona, no puede ni debe surgir exclusivamente de una propuesta partidaria en particular o de un modelo en especial, sino que debe ser resultado del diálogo y el consenso que define el camino a seguir (legislativo) y asegura que quien ejecuta esos lineamientos (ejecutivo) se mantiene fiel a las definiciones acordadas (judicial).
Si no hay diálogo, consenso y respeto por lo acordado, no hay República. Si no hay República estamos lejos de la Argentina que nosotros mismos hemos definido en nuestra Constitución. Y el lugar institucional para ese diálogo y consenso es el Congreso de la Nación. Un diputado o un senador que no dialoga, que no consensúa no construye, no cumple el rol para el que ha sido elegido.
Creo que si evaluamos a un legislador exclusivamente por la cantidad de proyectos que ha presentado, nos equivocamos. Un legislador "vale" por su participación en el debate de los diferentes proyectos, por su aporte a través del diálogo a cada uno de los proyectos presentados, además de aquellos que él mismo pueda haber presentado al debate.


Si recuperamos el sentido de República, quizás también recuperemos el sentido de hacer política.
La sensación que tengo es que "hacer política" se concibe como el conjunto de acciones que permiten acumular o "construir" poder con el objetivo de sostener la posibilidad de realizar un plan de acción específico en un área específica (sindical, profesional, institucional, municipal, provincial, nacional...).
Para un republicano "hacer política" debiera ser algo muy diferente. Debiera concebirse como el acto de poner sus capacidades al servicio de la República para alcanzar los objetivos acordados como sociedad. Más allá de que esos objetivos sean propios o no. No hay otros objetivos que los de la República.
Es servir a los objetivos de la República, no servir a los objetivos de un plan de gobierno propio por excelente que parezca. Es que lo que importa no es la excelencia sino la comunidad de objetivos. No debemos olvidarnos que en la base de toda dictadura está el convencimiento de que el dictador es el mejor, el más capacitado, el que sabe lo que hay que hacer.
Un gobierno es una dictadura no por el modo en que accede al poder (en la historia hay ejemplo de dictadores que accedieron al poder a través del voto popular, del mismo modo que a través de la fuerza), sino por el convencimiento de que el poder lo ha recibido para cumplir con su propio proyecto; una cierta calidad de "elegido" que pone sus ideas por encima de la de los demás y que legitima sus acciones más allá de la legalidad, la ética o la moral. 


Pero hay algo que me inquieta aún más. Si bien ya desde los inicios de nuestra Patria abolimos los títulos de nobleza, creo en nuestros días no hemos hecho más que restituirlos reemplazándolos por otros nuevos.
Ya no tenemos condes, duques, alfiles y torres. Esos han sido abolidos por la Asamblea del Año XIII y los hemos dejado confinados a los libros, las películas o el ajedrez. 
Pero hay algunos títulos de nobleza nuevos. Son aquellos que premonitoriamente perfilaba a principio del siglo XX Florencio Sánchez en "M'hijo el dotor" y que hoy son una realidad social. Las personas ya no están definidas e identificadas exclusivamente por su nombre y apellido, sino también están calificadas por su "título": "ingeniero", "doctor", "diputado", "periodista", "escritor".
Peor aún ya no nos alcanza con un único título, sino que además los acumulamos: el Señor Diputado Nacional, ex Gobernador, Doctor.... En el ámbito profesional se encolumnan antes del nombre un desfile constituido por un título de grado y además varios post-grados porque eso parece aumentar la importancia de lo que se dice. 
Cuando escucho estas enumeraciones de títulos (semejante a la que supongo harían los edecanes al presentar a un noble en alguna corte real), me pregunto qué dirían los revolucionarios franceses que admitían como único título de nobleza el de "Ciudadano".
Personalmente creo que los ciudadanos valemos por lo que somos, por lo que aportamos a la comunidad, no por los exámenes que hemos aprobado, las elecciones que ganamos y los títulos que podamos haber acumulado. 
Creo que las opiniones son valederas por lo fundadas, lo razonadas, por sus argumentos, no por quién las emite.
Y creo que esa es la esencia de la igualdad ante la ley, de la igual importancia de todos y cada uno de nosotros como Ciudadanos para la República.
No dudo que nuestra educación y nuestra trayectoria pesan al momento de hacer un aporte y opinar. Pero el aporte o la opinión en sí mismo son valederos por su fundamentación no por quién los ha hecho.
En la vieja lógica que me enseñaron alguna vez, el argumento de autoridad es el argumento más débil, no el más importante. 
Por lo tanto no importa quién lo dijo, sino qué dijo.


Es por esto que creo que, al menos para mi, el "que se vayan todos" significa cambiar el modo de concebir nuestra vida política. Priorizar el diálogo y el consenso por encima de la excelencia concebida en soledad; la razón por encima de la autoridad. Es asumir el ejercicio del poder como servicio público a la República; y aceptar como mayor título personal el ser Ciudadano de esta Argentina antes que cualquier otra denominación que nos distinga y separe.

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